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Gerardo Lizarraga, una vida de arte en el exilio

Gerardo Lizarraga, una vida de arte en el exilio

24/02/2022

El pintor pamplonés, que tuvo que abandonar su tierra tras la Guerra Civil, contribuyó a la modernización de la pintura navarra desde México

El navarro Gerardo Lizarraga (Pamplona-Iruñea, 1905-Ciudad de México, 1982) es uno de los artistas que más contribuyó, desde la diáspora, a la modernización de la pintura en la Comunidad Foral. Por este motivo, el Museo de Navarra quiso dedicarle el año pasado una exposicióna su figura, con la que se quiso “hacer justicia a una trayectoria artística que pasó un tanto desapercibida”, tal y como señalan desde la organización de la muestra.

La muestra puede visitarse de forma virtual en la web de la Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del departamento de Relaciones Ciudadanas del Gobierno de Navarra.

Desde el Museo de Navarra destacan que su historia contribuye a “reflexionar sobre las dramáticas consecuencias de los exilios, tanto del pasado como del presente”. Y es que el artista tuvo que huir de España en 1939, como centenares de miles de personas, tras luchar en el bando republicano durante la Guerra Civil. “Allí comenzó la terrible experiencia de los campos en las playas, la estancia posterior en Marsella y el viaje definitivo a México”, recuerdan desde la institución. Una de las obras más importantes de su carrera son los dibujos en los que retrató la dura vida en estos campos.

De Pamplona a Barcelona
Gerardo Lizarraga nació en Pamplona en 1905. Inició su andadura artística en el estudio de Javier Ciga. Siguió su carrera en Madrid y en París, hasta que en 1932 decidió, junto a su mujer Remedios Varo, instalarse en Barcelona, donde participó activamente en los círculos culturales y en los movimientos sindicales, llegando a ser uno de los fundadores del Sindicato de Dibujantes Profesionales de Barcelona, adscrito a la UGT, y uno de los creadores del proyecto de Ediciones Antifascistas.

Tras el golpe de estado de 1936, se alistó como voluntario en el ejército republicano. Con el final de la guerra cruzó la frontera en la Retirada, y estuvo internado en los campos de Argelès-sur-Mer, Agde y Clermont-Ferrand.

Los dibujos de los campos
Gerardo Lizarraga llegó al campo de Argelés-sur-Mer en febrero de 1939, para pasar posteriormente por Agde y Clermont Ferrand. En ellos realizó un importante número de dibujos que él consideró lo más importante de su obra artística.

“Paradójicamente, el momento de internamiento y privación de libertad sirvió de catalizador de su fuerza creativa”, aseguran desde el Museo. “De ello debía ser consciente, porque solo su empeño por cuidar y conservar aquellos dibujos ha permitido que llegaran hasta nuestros días, pese a su azaroso periplo”. Las obras se adentran en el territorio del surrealismo desde el humor y la observación.
En los años finales de su vida, Lizarraga volvió sobre aquellos dibujos e intentó poner palabras a sus vivencias de entonces, que nunca le habían dejado de atormentar y que resumió de esta forma: “El campo era una playa desierta, solo arena; kilómetros y kilómetros más allá de las alambradas, sin ninguna raíz…, arena y solo arena. Tenía tiempo para pensar y poca costumbre de hacerlo. El lápiz pensó por mí”.

El exilio en México
Consiguió salir de Francia en el Nyassa con destino a México, donde se asentó definitivamente y se integró en el grupo de artistas europeos en el exilio junto a Remedios Varo, Benjamin Peret, Katy y José Horna, Leonora Carrington y Chiki Weisz, entre otros.  

Allí se casó de nuevo, esta vez con Ikerne Cruchaga, fotógrafa e hija de Epifanio Cruchaga, alcalde republicano de Tudela. Participó activamente de la vida cultural de la ciudad, donde desarrolló una intensa tarea artística tanto en el terreno de la ilustración como de la pintura.

En 1957 participa en el rodaje de The sun also rises, de Henry King, como director artístico, realizando además todas las pinturas taurinas que aparecen en la película.En sus últimos años escribió sobre su experiencia en los campos franceses. Falleció en 1982.

Desde el Museo de Navarra, concluyen que “es momento de sacar de manera definitiva a Gerardo Lizarraga del ostracismo al que fue condenado por una larga y brutal dictadura, que buscaba impedir cualquier atisbo de modernidad, de igualdad y de libertad”.